Últimamente, las intrigas de terror psicológico procedentes de Hollywood parecen estar escritas a dos bandas: por una persona que, hasta la mitad del metraje, crea unos planteamientos atractivos, unos personajes bien trazados y una trama inquietante, y por un incauto que recoge lo anterior para volverse directamente paranoico, darle la vuelta, huir de las explicaciones razonables y formar un delirium tremens que da más risa que miedo. Desde luego, era imposible que la pandilla de niños que protagonizan la película (formada por el hijo de un demente internado en un psiquiátrico, un gordo acomplejado, más un par de hermanos hijos de un corruptor de menores) acabara bien de la cabeza. Pero los que debían acabar como cabras eran ellos y no el espectador que, sometido a un suplicio de inconcebibles revueltas de guión, llega un momento en el que tira la toalla ante semejante despropósito, en el que solo se salvan en encanto de Amy smart y la buena banda sonora de Amy suby.