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La década de transición en Marvel del caos al imperio
A principios del nuevo milenio, Marvel estaba un poco como ese amigo que se pone ropa de los años noventa y cree que sigue a la moda. Había pasado una etapa difícil, llena de historias llamativas pero con poca sustancia, como una tarta muy decorada pero sin relleno. Entonces llegó Joe Quesada, que no traía una capa ni poderes, pero sí un plan. Su misión: poner orden en la casa. Y no vino solo, porque trajo consigo a un equipo de guionistas que parecía más una banda de rock que un grupo de escritores de cómics.
Reparar el universo de papel pero con estilo
La idea de Quesada era simple: darle una nueva vida a los héroes que parecían estar pasando una crisis de identidad. Así que armó un grupo de élite con nombres como Bendis, Millar, Brubaker, Morrison, y un montón de otros que suenan como si inventaran nombres de superhéroes por deporte. Juntos transformaron las historietas en una serie continua de eventos tan conectados que leer solo un tomo era como ver solo el segundo capítulo de una serie de Netflix. Empezaron a contar historias más oscuras, con más conflictos, y sí, también con más puñetazos.
Los años de la telenovela heroica
Durante esta etapa, Marvel no paró de lanzar eventos como si fueran temporadas de una serie sin final. Todo empezaba con una historia que parecía importante, y antes de que uno pudiera terminarla, ya había otra que cambiaba todo. Como quien se cambia los calcetines cinco veces al día. Esto trajo cosas buenas, como sagas inolvidables y personajes que por fin recibieron algo de cariño narrativo. Pero también dejó a muchos lectores preguntándose si tenían que hacer un máster en continuidad para entender qué estaba pasando.
La oscuridad también tiene su precio
Con la libertad que dio la caída del famoso código de los cómics, los autores se desataron. Y cuando digo se desataron, me refiero a que muchos personajes empezaron a comportarse como si estuvieran en una serie de crimen nórdico. Las historias se volvieron más intensas, más violentas y a veces, más confusas que una reunión de vecinos. Y aunque eso atrajo a un nuevo público, también alejó a quienes solo querían ver a Spider-Man balancearse por la ciudad sin tantas crisis existenciales.
Marvel, el coloso que aún mira el retrovisor
Aunque Marvel salió fortalecido de los dos mil, también arrastró con él algunas malas costumbres, como ese primo que siempre llega tarde y jura que esta vez sí puso la alarma. Desde entonces, la editorial parece pensar que lo mejor es repetir la fórmula, aunque los lectores estén un poco cansados del mismo plato. Y aunque hubo joyas narrativas, también hubo gritos de guionistas, decisiones editoriales discutibles, y una afición cada vez más dividida entre el amor y el cansancio.
Resumen del multiverso marveliano
Para quienes se preguntan qué dejó esta década de explosiones, traiciones, reinicios y armaduras brillantes, la respuesta es simple: Marvel se convirtió en un titán del entretenimiento. Pero como buen titán, a veces avanza sin mirar dónde pisa. La etapa de los dos mil fue una mezcla de genialidad y exceso, de renovación y saturación, de héroes y editores con ínfulas de dioses. Pero al menos, nunca fue aburrida.