Primera parte, tomó el tren el sábado por la tarde, se dirigía a casa de unos colegas, para ultimar los detalles de un trabajo que tenían que entregar el lunes, el viaje, como siempre, aburrido, oyendo las conversaciones de los demás, estando atento a todo y a la vez a nada, sin ni siquiera imaginar lo que le esperaba al día siguiente.
Llegó sobre las ocho de la tarde, un poco cansado del trayecto a pie desde la estación hasta el lugar de reunión, llamó, le abrieron y subió los cinco pisos por la escalera, cuando llegó arriba, pidió no uno ni dos, sino tres vasos de agua, demasiado ejercicio para alguien que no suele hacer mucho deporte. Abrió el maletín, sacó su ordenador, y tras conectarlo a la red y al teléfono, encendió el equipo, había que darse prisa: demasiado trabajo por hacer y demasiadas pocas ganas, cualquier excusa era buena para dejarlo aparcado, pero no les pagaban por la más sonora carcajada, así que había que centrarse, entonces apareció ella.
Una pequeña ventana, situada en la esquina inferior derecha del monitor, anunció su llegada, hacía tiempo que no le hablaba, la relación entre ellos podría definirse como un lo que pudo ser y no fue, así que el estaba bastante resentido por esto, no obstante, no le podía guardar rencor, y cuando iba a iniciar la conversación, se dio cuenta de que ella le había adelantado, apenas charlaron cinco minutos, porque ambos tenían demasiadas cosas que hacer, pero menudos cinco minutos, después de casi ocho meses sin saber el uno del otro, quedaron para la mañana siguiente: el tomaría un tren poco después del amanecer, que lo llevaría, tras cincuenta minutos de viaje, a la parada deseada, ella estaría esperándolo allí, junto a una bicicleta, puesto que había varios kilómetros desde su casa hasta el punto de encuentro.
Él no sé lo podía creer, y pasó la noche entera pensando en el momento en que la volvería a ver, sentado delante de la pantalla, pensando una y otra vez en las palabras de ella, aunque no quería hacerse ilusiones, algo le latía muy fuerte dentro, cuando llegó la hora, y en el más sepulcral de los silencios, cerró la puerta de casa. Le esperaba una hora de camino hasta el tren que le llevaría a verla de nuevo.
Fin de la primera parte-.